El principio de la arquitectura es la creación de un “interior”. Vivir, echar raíces y morir; para hacer todo ello tal vez sea suficiente marcar un lugar y crear un centro. Erigir una piedra monumental, nombrar una montaña, pintar las paredes de una cueva escondida; todo esto es suficiente para apropiarse de un lugar, humanizar la naturaleza y convertirla en un “mundo”. Se puede vivir sin una construcción. Pero un proyecto arquitectónico hace mucho más que solo marcar un lugar: crea un interior. Separa un espacio de su entorno y lo convierte en un “adentro”. El ser humano no vive en el mundo y ya, vive en un hogar -llámese una casa, una ciudad, un país- que a su vez se relaciona con el mundo, de la misma forma que el interior siempre se relaciona con su exterior.
La arquitectura no es solo una forma de crear un mundo, sino que, al mismo tiempo, es la creación de muchos tipos de “adentros”. Y cada interior es más que parte del mundo, es su opuesto ya que lo confronta con su propia esencia. La arquitectura es mediadora: esencialmente establece y define la relación entre Interior y Exterior, entre el Hogar y el Mundo.
El interior
Antes de que haya arquitectura, no hay nada más que el exterior. Cuando alguien busca un lugar en donde descansar, disfrutar un picnic, o esconderse, automáticamente busca lugares cerrados y protegidos: esquinas, un hueco bajo un árbol, una cueva, una saliente. Toda clase de “interiores naturales” se perciben como especiales, y la mayoría de estos sitios son tan atractivos como amenazantes.
Sucede que no usamos y nos apropiamos solamente de los interiores naturales sino que construimos interiores artificiales: estructuras y edificios en los que vivir y construir un hogar, un sitio desde el que podemos ver el mundo a través de la ventana, atestiguarlo e interactuar con él desde la seguridad de nuestro nido.
Para saber dónde estamos, para construir e indicar qué cuenta como “adentro” y qué cuenta como “afuera”, tenemos una variedad de medios, recursos y señales arquitectónicas a nuestra disposición. Barreras y alambre de púas, varios tipos de portones, puertas y cerraduras, listones, alfombras y pisos, señales acústicas, señales de tránsito, etc. ¿Cuándo está uno dentro de una casa? ¿Cuál es el estatus de la fachada, del jardín frontal, del umbral de la puerta, el vestíbulo, el patio? ¿Qué tan afuera está el balcón o la terraza?
Al diseñar y construir, la arquitectura no solo crea y decora un interior sino que, para empezar, define su relación con el exterior. Nuestra vida, después de todo, consiste en un ir y venir del interior y exterior. El resultado es el mundo civilizado, una especie de jungla domesticada, un exterior domado, una clase de “interior global” que limita con la naturaleza, el mar, el cielo, los elementos naturales que existieron antes de que hubiera culturas, y que nunca podremos hacer nuestros.
El estado mental
El interior arquitectónico representa un estado mental, el cual puede interpretarse como una narrativa o percibirse como un auto-retrato. De cualquier forma, incluso siendo ambas, representa una “vastedad interior” y ofrece un reflejo del mundo. Desde el interior uno necesita ver, o tener noción de, el exterior. Y no solo eso, uno tiene que poder ubicar el interior en el mundo. ¿Dónde estamos? ¿Qué hay alrededor?
El “adentro” solo se vuelve “interior” cuando uno puede encontrarse con el mundo a través de ventanas, objetos, retratos, vistas y sonidos, cuando uno puede aventurarse a través de entradas y salidas. La geometría del rectángulo -ancho, largo, altura, o suelo, pared, techo- provee una estructura básica hecha de historias contadas a través de las ventanas, la chimenea, las columnas y los arcos, la cerámica china, los focos, enciclopedias, pantallas, tapices y pinturas en la pared. El interior es un modelo miniatura del mundo.
Por ello, es esencial que un interior no se construya. El interior se compone cual pieza de arte una vez terminada la construcción de la estructura. El diseño de interiores añade elementos y objetos, implementa nuevos materiales, colores y formas, distribuye la luz y puede crear atmósferas. Las cortinas dividen y cierran de forma más sutil que las ventanas y persianas, sus dobleces suavizan las líneas rectas, bailan con las corrientes de aire.
El diseño interior y sus elementos son los que articulan las fuerzas que buscan entrar y aquellas que buscan salir. Es la decoración interior la que transforma el “adentro” y el “afuera” en mareas cambiantes, convirtiendo los componentes firmes y estáticos en separaciones arquitectónicas fluidas y flexibles.